Bar Duende

Llegamos un domingo por la noche casi a las 11, buscando donde cenar después de un largo viaje, y temiendo marcharnos a la cama sin cenar pues todo estaba cerrado. Vimos finalmente este bar abierto, y entramos pensando en suplicar aunque fuera un poco de lechuga. Cuando la chica que estaba en el bar nos vió, se ofreció a prepararnos algo rápido ya que "no podía consentir que alguien se fuera sin cenar de su bar". ¡Nunca un filete con huevos y pimiento supieron tan bien! Gracias a la chica que tan amablemente nos atendió y que a pesar de la hora tardía, prefirió salir más tarde y darnos de cenar. No en muchos sitios harían lo mismo. La comida sencilla pero riquísima y el trato mejor imposible. Si alguna vez vuelvo a Miranda de Ebro, volveré al duende sin dudar. Muchas gracias por la atencion y la amabilidad.